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La estabilidad boliviana, resistencia frente a la tempestad geopolítica

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El 8 de agosto del 2017, el presidente Evo Morales y su vice Álvaro García Linera completaron 11 años al frente del gobierno boliviano, liderando uno de los procesos más sólidos de transformación social, económica, política y cultural en toda la región. Un proceso cuyos hitos fundacionales están centrados en las luchas sociales de indígenas y campesinos, y en sus desarrollos de gobierno en una gran movilización social por las transformaciones culturales y los cambios en la estructura económica, que sin ninguna duda han ampliado y profundizado la democracia.

El gran esfuerzo político por la nacionalización de los recursos naturales bolivianos, cambió las condiciones de híper explotación que existían hasta 2005, bajo las condiciones de tutelaje semicolonial de los Estados Unidos. Resulta importante recordar que el gas y el petróleo boliviano eran extraídos por las transnacionales con la fórmula 80% de ganancias para las empresas y 20% para el Estado nacional. Con la nacionalización esa formula se invirtió: el 80% de las ganancias fueron para la construcción de un Estado inclusivo y con el objetivo de justicia social,  el 20% para las transnacionales -quienes se quejaron y resistieron pero continuaron extrayendo después de los cambios- confirmando la existencia de grandes márgenes de ganancia en el negocio y la justeza de la medida soberana.

En buena medida es debido a ello que Bolivia se mantiene en unas condiciones de ‘buen vivir’ muy superiores a la realidad existente antes del primer mandato de gobierno del Movimiento al Socialismo-MAS. En medio de la actual desaceleración económica mundial -que algunos teóricos asumen como recesión- Sudamérica -dependiente y centrada en la economía primaria- sufre los efectos negativos en las finanzas nacionales y en la política fiscal por la caída de los precios mundiales de las materias primas, la enconada ofensiva conservadora para revertir los cambios industrializadores, de distribución del ingreso y por imponer de vuelta las medidas neoliberales en toda la región; un contexto recesivo en el que Bolivia sale airoso sin procesos inflacionarios ni atisbos de escasez o dificultades de acceso a alimentos o productos básicos, vinculados al autoabastecimiento soberano de alimentos y de ordenamiento de las cadenas productivas[1].

Combinando una economía exportadora de productos primarios y de generación de empresas agroalimentarias nacionales se logró entre 2010 y 2017 duplicar el PIB del país (crecimientos de más del 4% anual), según lo constata el Banco Mundial[2], con su efecto virtuoso sobre otros sectores de la economía interna. Un proyecto económico que espera ampliarse en el 2018 con la relación político comercial fortalecida el 15 de agosto en la reunión del canciller boliviano Fernando Huanacuni y su homólogo de China: Wang Yi, en la que hablaron de la visita de Evo Morales al gigante asiático y anunciaron el ingreso del país andino como miembro activo del Banco Asiático de Inversión e Infraestructura.

Bolivia busca mayor estabilidad económica y política, pues sabe que no está exenta de provocaciones o ataques foráneos, en especial, por la sostenida estrategia de asedio sobre Venezuela -uno de sus principales socios políticos en la región-. Los planes de desestabilización de las derechas locales y de los EEUU contemplan avanzar sobre Bolivia: el 14 de agosto Peter Brennan -encargado de negocios estadounidense en Bolivia- profirió una amenaza que lo comprueba[3]. El diplomático declaró que “ojalá Bolivia nunca llegue al punto en que se encuentra Venezuela”, afirmación que puede entenderse como una confesión de parte -por el papel de EEUU en lo que ocurre en Venezuela- y una velada amenaza, al tiempo que reafirma la intención de buscar quiebres y contradicciones en los sectores que siguen apoyando el proceso de cambio en el país andino para retomar la agenda destituyente desatada desde el comienzo del mandato de Morales[4].

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